A veces uno no encuentra razones para seguir
escribiendo, incluso cuando hay vivencias por contar. Es simplemente un vacío
que absorbe la creatividad, aunque es cierto que ésta se escapa ineludiblemente
por otras rendijas del espectro humano.
Ahora que estoy lejos de tantas cosas, me
arrepiento de no haber plasmado sensaciones que ya no sabría escribir ni describir.
Como cada cerveza que descubrí en Bélgica, como aquel primer programa de radio
en el que cumplí uno de los mayores sueños de mi vida. Hubo más días que ignoré
en esta pequeña pantalla temporal. Las fiestas de Villahormes, los años de
inocencia de Juan y Pablo,cada reencuentro con amigos (con los cuales se
sienten diferentes kilómetros y distancias, según el caso), todas las visitas
que llenaron nuestra morada de Bruselas de cariño y de charlas. Y tantos
momentos de felicidad compartidos, y momentos también de flaqueza y dudas para
los que se supone está el diván de bits del blog.
Tampoco escribí aquí sobre mi otro sueño,
aquel que pensé imposible hasta hace tres meses. Pero el destino a veces juega
con tus dados y con tu apuesta. Escribo de nuevo empujado por la ilusión de
haber vuelto a Noruega, a este rincón donde inexplicablemente mi alma se
encuentra en paz pero también busca respuestas, a esta tierra que me dio la
serenidad suficiente para encontrar la confianza y el amor. Noruega es también
la última etapa de mi vida en la que todo fue perfecto, el recuerdo de mi padre
al sol en mi casa de Porsgrunn. Un sol que hasta él podía tolerar.
Luego se fue el sol de Noruega y vino la
tiniebla, y desapareció la vela del barco. Con los años, me ha costado entender
que la misma embarcación ya no me sirve. He mudado hábitos y ropajes, y mi
ancla es mucho más corta, y soy capaz de mirar al frente.
Decía Enrique hace años, que el blog era como
un diván, una autoconsulta cibernética.
Tal vez haya crecido lo suficiente como para controlar mis emociones, o tal vez
me esté quedando huérfano de herramientas para utilizarlas. Lo iré descubriendo
con el tiempo. De momento aquí estoy, de vuelta a mi idílico rincón de paz. Junto
a ti que sigues guiando mi ilusión y sonriendo mis temblorosos pasos al frente.
Y con un cuadro de Morante de la Puebla que ya va por su tercer país de
residencia. Morante es distinto, incluso aquí.