Recuerdo el
primer fin de semana de soledad en Bélgica, hace ya ms de dos años. Nuria hacía el trabajo sucio en
Madrid y yo comenzaba a investigar en la sociedad belga. Pero aquel fin
de semana, mi primer objetivo fue viajar a Rotterdam. Fue lo primero que me
vino a la cabeza aunque finalmente no llevase a cabo tal viaje. Sabía que iba a
ser duro, tal vez por eso esperé a una ocasión en la que asirme fuerte al brazo
de Nuria. Y éste pasado fin de semana, por fin, cumplí mi sueño.
No es
Rotterdam lo más solicitado en los paquetes turísticos. No buscaba ver las
casas cubo, ni sus modernos puentes. Buscaba la memoria de un hombre, justo
cuando se cumplen cinco años de su último paseillo. Creo que mi padre tendría unos
25 años cuando cruzó Europa para embarcarse en un trasatlántico rumbo a Canadá
y Nueva York. Su objetivo era trabajar en la cocina y llegar a tierras
americanas, donde le esperaba una aventura fascinante y un amor tormentoso. Con
esa edad, Juan llenó la mochila de ambición y de juventud, también de locura, y
llegó a Rotterdam después de ocultarse en trenes y camiones diversos. Allí
paseó, durmió como pudo y consiguió el trabajo en aquel barco de lujo.
Caminé por
Rotterdam sin rumbo, paladeando su orden y su evoulción desde aquellos tiempos
en los que mi padre se buscó la vida en su enorme puerto. No obtuve
respuestas, no surgieron preguntas, pero cuando uno ha perdido al ser amado, lo
busca en cualquier parte. Y yo
necesitaba buscarle en aquel rincón de libertad que explorase antaño. Allí
estaba él, en cada barco, en cada amarre. Lo veía en las tabernas y en la
calle. Me reencontré con sus ganas de vivir, con sus sueños de aventura, en un
abrazo atemporal, largo y sentido.
No lloré el
domingo, tal vez porque voy aprendiendo a mantener la calma en situaciones de
vulnerabilidad anímica. Pero aun me emociono al recordar hoy la vista
eterna del puerto de Rotterdam, desde donde sale el mismo barco todos los días
en mi mente, un barco que lleva a un destino de libertad y de autenticidad. Un barco que acuna mis recuerdos y mi tristeza. Tristeza camuflada
pero igual de afilada que hace 5 años, cuando tus manos dejaron de estar
calientes.
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