miércoles, 18 de julio de 2012

De nuevo en Rotterdam


Recuerdo el primer fin de semana de soledad en Bélgica, hace ya ms de dos años. Nuria hacía el trabajo sucio en Madrid y yo comenzaba a investigar en la sociedad belga. Pero aquel fin de semana, mi primer objetivo fue viajar a Rotterdam. Fue lo primero que me vino a la cabeza aunque finalmente no llevase a cabo tal viaje. Sabía que iba a ser duro, tal vez por eso esperé a una ocasión en la que asirme fuerte al brazo de Nuria. Y éste pasado fin de semana, por fin, cumplí mi sueño.

No es Rotterdam lo más solicitado en los paquetes turísticos. No buscaba ver las casas cubo, ni sus modernos puentes. Buscaba la memoria de un hombre, justo cuando se cumplen cinco años de su último paseillo. Creo que mi padre tendría unos 25 años cuando cruzó Europa para embarcarse en un trasatlántico rumbo a Canadá y Nueva York. Su objetivo era trabajar en la cocina y llegar a tierras americanas, donde le esperaba una aventura fascinante y un amor tormentoso. Con esa edad, Juan llenó la mochila de ambición y de juventud, también de locura, y llegó a Rotterdam después de ocultarse en trenes y camiones diversos. Allí paseó, durmió como pudo y consiguió el trabajo en aquel barco de lujo. 

Caminé por Rotterdam sin rumbo, paladeando su orden y su evoulción desde aquellos tiempos en los que mi padre se buscó la vida en su enorme puerto. No obtuve respuestas, no surgieron preguntas, pero cuando uno ha perdido al ser amado, lo busca en cualquier parte. Y yo necesitaba buscarle en aquel rincón de libertad que explorase antaño. Allí estaba él, en cada barco, en cada amarre. Lo veía en las tabernas y en la calle. Me reencontré con sus ganas de vivir, con sus sueños de aventura, en un abrazo atemporal, largo y sentido. 

No lloré el domingo, tal vez porque voy aprendiendo a mantener la calma en situaciones de vulnerabilidad anímica. Pero aun me emociono al recordar hoy la vista eterna del puerto de Rotterdam, desde donde sale el mismo barco todos los días en mi mente, un barco que lleva a un destino de libertad y de autenticidad. Un barco que acuna mis recuerdos y mi tristeza. Tristeza camuflada pero igual de afilada que hace 5 años, cuando tus manos dejaron de estar calientes.

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