jueves, 22 de septiembre de 2011

Japón, día 22. Otoño



Mañana es fiesta en Japón. Se celebra el equinoccio de otoño. Una fecha en la que se honra a los difuntos y a los ancentros, se reza por la familia, por el legado que otros nos dejaron. Los restos del tifón que ha asolado de nuevo el centro del país, nos han facilitado el paso a la nueva estación. Hacía días que anhelaba una brisa fresca que terminase de alejar el negro fantasma de mis migrañas.


Hoy los japoneses preparan la fiesta de mañana. vestirán sus trajes de gala y enviarán tranquilos sus plegarias, que llegarán hasta el monte Fuji. Mi día sin embargo será como otro cualquiera, esta vez trabajando desde el hotel. Puede que el fin de semana pueda viajar hasta el monte Koyasan y descubrir los templos de un lugar que es vulgarmente llamado "El Vaticano japonés".


Mientras tanto, los dedos caen de mi mano sin sentido, sin enterarme, y ya veo a lo lejos la sombra del supositorio que me devolverá a Europa y a tus brazos. En lo que llega ese día, tal vez pueda volver a mi restaurante favorito y al bar que descubrí ayer, donde dos japoneses hablaron conmigo en perfecto español (para orgullo de Cervantes) y conocí a un carpintero de San Francisco que trabaja para el Cirque du Soleil.


Pasamos página. El verano ya se esconde en un recuerdo de una mañana de Fiesta en Villahormes vestido de porruano con Oti y con Pablito, dulzura de mi vida. También en un paseo con mi madre por Montmartre, dándole luz a las viejas fotos en blanco y negro y siguiendo la estela de los cigarrilos de mi padre, buscando su recuerdo y su nostalgia.


Y en la palma de mi mano, aquel día ganado al tiempo en la playa de Oostduinkerke, perdidos entre sus dunas y envueltos en el suave aroma de un helado de frambuesa. La puesta del sol del verano.

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