martes, 20 de septiembre de 2011

Japón, día 20. El ragalo

De todos los japoneses con los que trabajo, siempre sentí predilección por Kishida-san. Un hombre venerable, con una expresión de paz en su rostro y una manera sosegada de hablar, pero a la vez emotiva y sincera. La semana pasada coincidí con Kishida-san en la misma mesa, durante la cena que preparó NEL, la empresa con la que realizamos el proyecto.


Fueron saliendo temas durnante el banquete, como mi ilusión por el teatro kabuki, mi amor por la cultura japonesa y mi devoción por el cine clásico japonés. Con cada confidencia, Kishida-san iba aumentando su sonrisa y su curiosidad. Se sentía tremendamente orgulloso de que un occidental mostrase tanto respeto y admiración por su país, por una cultura que él amaba profundamente.


Al día siguiente, llegó a la oficina con unos papeles impresos. Me dijo "tienes suerte, hay Kabuki en Osaka este mes" y en los papeles me indicaba el nombre del teatro, dirección, precios, salida del metro...me recomendó ir a la sesión de las cuatro de la tarde. "Hay un gran actor que actúa en la segunda obra, es muy famoso y muy bueno, te gustará verle".


Ya conocen mis lectores la impresión que me causó la velada de Kabuki. Hoy (ayer lunes fue fiesta en Japón) Kishida-san ha venido a preguntarme cómo me fue y cuales fueron mis impresiones. Le he ido narrando paso por paso mi fabulosa experiencia, y se ha vuelto a sorprender cuando se ha dado cuenta de que conocía los intrumentos clásicos japoneses. Ha disfrutado con mi narración, y cuando pensaba que ya se iba, ha sacado una bolsa discretamente escondida y me ha dicho "esto es para tí".


No compré el programa de la representación del sábado. Pero hoy, Kishida-san me ha obsequiado con un libro sobre Kabuki, lleno de fotografías del famoso actor que representó la función el sábado. Fotografías que captan toda la expersividad que se me pudo escapar el sábado por la distancia. Color, maquillaje, vestuario, decorados. Todo está en ese libro que me ha regalado este amable hombre al que yo no he dado nada.



Es difícil explicar mi sentimiento ante este gesto. Por un momento he temido que mis compañeros conociesen mis lágrimas de cristal, pero he sabido contenerme. Ha sido un gesto que jamás olvidaré, ha sido un ragalo venido del respeto, del agradecimiento por amar su país. Puede que algún día, algún extranjero me cuente que ama la Fiesta de los toros y yo le regale la biografía de Manolete o de Belmonte, quien sabe. Pero jamás alcanzaré la autenticidad y la ilusión de este gesto inigualable que han tenido conmigo. Japón me está dando mucahs cosas, no me siento extraño entre sus gentes y entre su cultura. Me siento afortunado. Único e irrepetible. Momentos de mi vida que jamás se olvidarán.


Ojeo perplejo el libro, pero me doy cuenta de que lo más preciado del libro no se ve. Me imagino a Kishida-san, empleando unas horas de su tiempo libre para comprarme el libro. Me le imagino estudiando las alternativas, eligiendo finalmente aquel que él pensó que sería de mi agrado. Me le imagino empleando un tiempo de su vida pensando en la mía.


Francamente, creo que pocos regalos se pueden comparar a este libro que ahora tengo a mi lado, y que hará recordar para siempre este maravilloso período de mi vida que estoy viviendo en Osaka. El regalo de un hombre a punto de jubilarse que supo ver en mí la ilusión de un chiquillo.


Mi padre decía que yo tenía una flor en el culo. Juanito, te quedaste corto, querido.

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