viernes, 16 de septiembre de 2011

Japón, día 16. Esperando el Kabuki



Debo explicarme. Siempre sentí una atracción especial por la sensibilidad japonesa, pero ahora que la vivo en primera persona, cubre muchas dudas pero deja claros inerperados. La hospitalidad, el buen gusto, el trato excelente, la educación... todo eso me deslumbra mas me pone alerta. Tal vez todo ese formalismo, todo ese cuidado minucioso lleve a una infelicidad encubierta. Dejo aquí el tema para que lo interioricen mis lectores.


Es viernes. Poco de especial tienen los viernes en Japón, porque preceden a un fin de semana en el que se trabaja. Pero, al menos, el sábado sólo trabajaré de mañana. La tarde me reserva una de las ilusiones que guardo con más cariño desde la infancia, desde que desde mi espíritu autodidacta empecé a tragarme todos los clásicos del cine japonés. Hablamos de Kurosawa, de Ozu, de Mizoguchi, de Kobayashi. Aquellos Maestros metieron en mi cabeza otra forma de vivir, de temer, de guerrear y de amar. Y caló en mis tiernos huesos.


La base de aquellos actores (que a mi padre le parecían tan exagerados y ridículos) se fraguó en el Kabuki y en el Nohgaku, formas ancestrales del teatro japonés. No se entienden la una sin la otra. Por eso desde que estoy en Japón no he visto ninguna película de las que tanto me gustan, porque estoy convencido de que después de asistir mañana al teatro Shochikuza de Osaka, estaré preparado para entender mejor muchos de los mensajes que puede darme "Cuentos de la luna pálida de agosto", "El intendente Shansho" o "Las hermanas Munakata".


Espero ansioso el momento de entrar en el teatro, contemplar a las mujeres japonesas con sus kimonos, palpar el silencio previo a la obra. Serán casi cinco horas de espectáculo en el que no me enteraré absolutamente de ninguna palabra, pero que a buen seguro me dejarán con el alma encogida. Y tal vez en mi próxima visita a Japón (probablemente para finales de octubre) pueda asistir a una obra de Nohgaku (llamado también teatro Noh), el más antiguo arte teatral japonés, mucho más difícil y técnico que el Kabuki. Es por eso que he elegido esta secuencia que espero sea la acertada.


Entre tanto, los días pasan igual. Camino por la calle y pienso lo bien que estaría aquí contigo. Y contigo, y contigo, también contigo. Tantas vidas que encierra este mundo maravilloso y enigmático que es el Japón. Viviré la que me ofrece.


Por no variar la temática de entradas anteriores, ilustro mi escrito diario con una fotografía tomada en un maravilloso restaurante en el que cené ayer por la noche con Gregg, y donde por fin pude practicar la última frase que he aprendido en japonés, con un resultado totalmente satisfactorio.


Eigo ga dekimasu ka?

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