martes, 13 de septiembre de 2011

Japón, día 13. Sapporo (72)



Hoy cambio de tercio. O mejor dicho, de cerveza. Mientras escribo en este diván degusto una Sapporo, y me acuerdo ineludiblemente de Paquito Fernández Ochoa y de todo lo que decía mi padre sobre su medalla de oro en las olimpiadas invernales del 72. Mi padre tenía la teoría de que Paquito realizó totalmente borracho aquel descenso, y que cuando llegó a la meta no solo no sabía que había ganado, sino que ni siquiera sabía a ciencia cierta si estaba en una pista de esquí o en una plaza de toros (recordemos que el más famoso de los Ochoa era un gran amante de los toros y un novillero en ciernes). Es por eso que este nostálgico sorbo de Sapporo va, como tantos otros, para mi padre. Un inciso.


Sin duda lo más destacable de hoy han sido las cariñosas palabras que durante la cena me ha dirigido mi jefe en Japón, un socarrón americano de origen indio llamado Nirmal, que insiste en volver al bar donde se perfumó con Chimay. Nirmal me trata como a un discípulo, me aconseja y me mima, me siento entre algodones. Yo intento responder con ganas y trabajo a su confianza.


Pese a que los primeros instantes fueron de atolondramiento, cada vez me siento más tranquilo y asentado en el coso. Respetado, integro, entero. Tal vez blandeé un poco en el caballo, pero me he venido arriba en banderillas.

No hay comentarios: