lunes, 9 de mayo de 2011

Felicidades

Hubiese pedido un par de días de vacaciones, y me hubieras ido a buscar a Santander. De camino a casa, me contarías tus planes de hacer la piscina en el jardín y de cambiar la cancela de entrada. En la noche, después de la barbacoa (que no falten los criollos) sacaríamos el orujo de Moncho y cantaríamos con la guitarra todas esas canciones que bordas con tu voz rota y emocionante. Cada vez me gusta más oírte cantar.



El sábado hubiésemos tomado café donde Jovino por la mañana, saludarías a diestro y siniestro mientras yo leo el Marca y luego haríamos la ruta clásica: periódico, pan y fruta, hasta desembocar en la pescadería de Mari. Me apetece rey y compras dos pequeños, dos centollas, una andarica por cabeza y dos kilos de percebes. Madre lo prepara todo mientras tú me llamas al chigre para tomar sidra. Me preguntas por Bélgica, por el apartamento y el trabajo, por Nuria. Estás contento con lo que te cuento y sonríes, y ya tienes los carrillos ligeramente colorados por el sol y por la sidra. En la comida eres el foco, como siempre. Arreglas y deshaces, comentas y te enfadas, ríes ocurrencias y criticas decisiones. A estas alturas te da igual cumplir 67 años y no quieres velas, ni que te cantemos nada. Aun así, aceptas nuestro último regalo que, como todos los años no te ha gustado del todo, y eso es algo que nunca has podido esconder. Será para otro año.



Llega la tarde y el cielo se nubla con ese color que solo da Asturias. Iríamos a ver la playa de la Huelga desde arriba, y tú caminarías por delante con Nuria, mientras le interrogas sobre esas cosas tan tuyas que prefieres no preguntarme a mí. La playa se ve maravillosa antes del atardecer, te miro y veo cómo cierras los ojos y respiras el olor a sal que todo lo envuelve.



Y así también el domingo, hasta llegar la hora del avión. Otra vez caras largas en una nueva despedida, mientras me vuelves a decir que estas harto de que vivamos tan lejos. En el aeropuerto me abrazarías fuerte, me besarías y sentiría tu bigote en mis mejillas. Esos besos sonoros que preceden a unas lágrimas que ocultas pero no disimulas. Y como siempre, te quedarías inmóvil hasta que no pudieras verme, hasta que mi imagen se perdiese por la última rendija de la puerta. Yo busco esa última rendija para decirte adiós.



Hubiese sido un fin de semana maravilloso. Lo es en mi mente, donde ahora te imagino caminando por el camino real con tu vara de avellano, pensando en las tardes que quedan por delante. Y me destroza saber que tu vara está a la entrada de la casa, en el mismo lugar donde la dejaste hace casi cuatro años. Intacta y esperándote, justo al lado de la mía.

1 comentario:

Ana Pedrero dijo...

De vez en cuando resucito y vengo a buscar los lugares donde tanto me gusta estar. Tu blog es uno de ellos. Y esta entrada es para un abrazo de los que duelen, porque haces de la evocación una caricia.

Allá, al otro lado, alguien caminó ese día con una vara de avellano y sonrió, tiñendo en cárdeno y maravilla el cielo de vuestra Asturias.