lunes, 15 de noviembre de 2010

El cajón

El cajón de cubiertos de la cocina ya tiene migas de pan, signo irrefutable de que ya puedo llamar hogar a lo que hace uns semanas era un apartamento de estreno. El frío del invierno tarda en llegar y la lluvia que asoló España hace días deja tres muertos en Bélgica. Hoy leí que el sábado un hombre se acercó a ver la histórica crecida del río cercano, en Valonia, y por acercarse demasiado, cayó en él y se ahogó en el fruto de su búsqueda. Una vez más, las nornas juegan a ciegas con destinos malditos.



Un español celebrando el día del Armisticio me hacía sentir extraño, y fue por eso que salimos para Aquisgrán el viernes, día de puente. Permanece en mi recuerdo aquella vez que estuve por primera vez en Alemania, cuando mi hermano era aun mi hermano, y descubrí los misterios del té afrutado a las cinco de la tarde y el enigmático anochecer silencioso de las calles empedradas de Heidelberg, su generosa cerveza y aquellos secretos de juventud que le conté, ebrios de cariño y de esa sensación de que eres el primero en ver el mundo. Alemania pues, aunque pegada a Bélgica, me recibió con su mismo aroma de pan caliente, sus cuidadas fachadas, su comercio detallista que luce incluso cerrado. Paseé contigo y bien me pareció ver a Carlomagno en la ilusión de tu mirada al descubrir la capilla palatina, aunque la noche fuese larga en un modesto hotel con un espejo en forma de ataud que hizo brotar en mi un isntinto de narrador terrorífico. Algún día escribiré esa historia.



Y de camino a casa, la hermosura de la ciudad holandesa menos holandesa, la elegancia y la belleza hechas ciudad en Maastricht, las palabras escondidas camino del coche con un buñuelo en la boca, el mejor de nuestra vida. Ya de regreso, nuestro bar de Saint Gilles, que ya es nuestro en nuestra segunda visita y nuestra cuarta cerveza.



Y lo mejor de todo, la dulce sensación de regresar y saberte en casa. Y es que las migas del cajón de los cubiertos son el mejor de los horáculos caseros.

No hay comentarios: