jueves, 26 de noviembre de 2009

Ausente hoy

Debí traerme la lámpara al principio. Con la lámpara he ganado calor y ganas de escribir y leer, me siento más cómodo. Hoy me reconforta sentarme aquí antes de cerrar el ojo y pasarme la noche otra vez revisando válvulas. Estos días recuerdo cuando mi padre me decía que en Navidades se pasaba las noches vendiendo juguetes. Lo que son las cosas, yo las paso analizando válvulas, empaquetaduras, juntas, obturadores y asientos, y camino de un lado al otro de la central.

Desde hace un tiempo siento la llamada irrenunciable del cambio. Cambio de trabajo, de país, de metas que alcanzar. También me ha traido Extremadura la necesidad imperiosa del cambio de coche, que el otro día me dejó tirado camino del trabajo y que se llevará por delante la extra de Navidad con su reparación forzosa. Pese a todo, después de tanta turbulencia, los posos se adhieren al fondo del vaso a estas horas de la noche y me quedo con el vacío de no estar mañana en Madrid con Nuria, para caminar con ella las nuevas calles que contemplan sus maravillosos 25 años. Mientras ella suma segundos en su DNI, yo estaré analizando válvulas y camniando por la central, ausente de nuevo en este día tan imporatante. De sus cuatro cumpleaños en los que he formado parte de su vida, este es el segundo que falto a la cita y me duele, aunque todo hay que relativizarlo en esta vida. También hoy ausente fisicamente en el cumpleaños de mi amigo Enrique, que para mí siempre tendrá 30 años. Su voz tranquila a la salida del tajo, su abrazo siempre cálido y nuestras ganas de vernos intactas, y la culpa latente que siento por no hacerle caso aquel domingo en que descubrimos que el coche perdía refrigerante, ayudados por el móvil de Josito, que iluminaba más que un sol. Todo un personaje.

Trae Noviembre varias sensaciones mezcladas con el frío, que llega más que nunca con retraso, más aun aquí en Romangordo, donde el silencio ya reina en esta noche donde estiro la mano de nuevo, cruzando la sierra para abrazarte y ver tu primera sonrisa en la mañana.

Felicidades.

martes, 17 de noviembre de 2009

Volviendo a escribir de noche

Pese al cansancio, cuesta muy poco encender el portatil y sentarme a escribirte. Y aunque ya todo lo sabes, siempre hay momentos para que fluyan cosas que en el día a día se pierden entre turbinas, generadores de vapor, coche y teléfono. Ahora, en el reposo de este catre que acuna mi sueño, te imagino entre nubes rojas y blancas, vigas de madera y un hueco a tu lado que abrazas con tu mano. Y recuerdo aquellas noches de nostalgia en las que te amé, y descubro que tienen el mismo sabor que éstas, todas me han ido dando detalles de tu latir, de la dirección que quieres tomar a mi lado.

Es curioso como un fin de semana que ha sabido a tan poco, es capaz de descifrar tus códigos en toda su extensión. Me sigues entregando secretos, y cada uno descubierto es llenado con otro enigma. Mágica mujer que has domado lo indomable, que amamantas mi vida y cortas mi sed de amor con la tuya propia.

Y nuevamente, en la distancia, se acrecientan nuestros sueños y nuestras dichas, y vuelve ese nervio que habla a las claras de la divina mezcla de alegría y sufrir que es el echarte de menos. Ahora que ya conoces mi lecho, ven a mi en esta noche que quiere ser de invierno, y acaricia mi pelo como entonces, como tantas veces has hecho. Cerraré los ojos y serás recuerdo imborrable y bruma que se adueñe de mi visión nocturna hasta que vuelva a despertar a tu lado, envuelto por la dulce fragancia de tu beso etéreo y eterno, que sigue empeñado en cruzar montañas.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Mañanas de niebla

Cuando he comentado en el trabajo que me gustaba la niebla, algunos han deducido que soy de Valladolid. Y es cierto, me gusta la niebla. Pero la vida me regala ahora una niebla luminosa y fuerte, mágica al igual que la densa niebla nocturna que recuerdo de mi Valladolid de siempre.

Entonces, era habitual que después de cenar me echara a la calle con el discman y recorriese las calles aledañas a mi casa, embutido en mi larga bufanda, guantes negros y alguna de mis boinas. Paseaba errático y solitario, disfrutando la soledad de la ciudad que pronto va a dormir. La luz de las farolas es enigmática en las noches de niebla, esconde dentro de si el humo de los bares, el confort de las casas, el rumor de las televisiones y los programas de radio deportivos. Mientras se pasea en una noche de niebla, las ventanas de las casas son fortalezas que guardan secretos y misterios, y uno las contempla desde la calle, preguntándose qué pasará tras cada muro, tras cada foso.

Pero la vida va regalando matices a todas las cosas, también a la niebla. Esta mañana, al salir de mi castillo para tomar mi carruaje, una densa niebla matutina me envolvió, cubría todo el bosque de encinas y lo llenaba de historias de encantamientos, de historias de trolls y de trasgus. Contemplé el paisaje absorto en lo que veía y me di cuenta de que era todo nuevo. Al llegar a la central, los edificios de los reactores eran apenas una sombra cubiertos de niebla. Me adentré en la calle central y de las aceras salían hombres vestidos de trabajo, rodeados también de niebla, al igual que la caseta donde está mi oficina.

Me es difícil explicar el sentimiento que me ha llenado esta mañana. Es la misma niebla de entonces, llena de luz, de esperanza, de deseos de vivir. Pero con paredes nuevas. Esta mañana, en el silencio de mi condado, he visto un hermoso amanecer en el que me he sentido protegido, amado, esperado. Era yo mismo rodeado de novedad en una atmósfera protectora, era mi vida reflejada en el abrazo de la niebla.

Y mañana será otro día neblinoso, en el que, tal vez vengas a mí.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

De nuevas que no son nuevas

He necesitado varios días de asentamiento en mi nueva ubicación para poder enfrentarme al teclado. Más que eso, he esperado a tener verdadera necesidad de hacerlo. La marha de mi madre, que ha dado calor de hogar al apartamento estos días, me ha dejado el punto de sal perfecto para, simplemente, publicar.

Me enfrento a sensaciones nuevas que tienen un poso del pasado. Aromas de nieve y de silencio, de nostalgias que cobran vida de nuevo. Echar de menos con esta fuerza, volver a escuchar esta musica que te trae volando hacia mi, esta vez en un viaje más corto (Scriabin, Piano Concerto nº 2).

Cierro los ojos y me veo en aquella habitación de estudiante que acababa un ciclo, pero los abro y estoy aquí, en Romangordo (Cáceres), donde he comenzado otro periodo hace unos días. Después de mucho tiempo, por fin una estancia en obra, nada menos que en la central nuclear de Almaraz. Unas semanas por delante de trabajo y soledad, de esa que ofrece dos caras, la buscada y la encontrada.

Y con todo, los sentimientos son los mismos, las mismas ausencias, las mismas ambiciones y la misma necesidad de tus brazos, de los cuales ya conozco todas sus temperaturas. Rodeame en esta noche en la que nuevamente habré de levantarme temprano, no te despertaré y aguardaré a que vuelvas para enseñarte mi condado.

Como podrán observar mis selectos lectores, muchas son las cosas que se alborotan en mi cabeza, en el momento de dar al off que dará paso al día de mañana. Ojalá mañana sea de color rojo.