jueves, 12 de noviembre de 2009

Mañanas de niebla

Cuando he comentado en el trabajo que me gustaba la niebla, algunos han deducido que soy de Valladolid. Y es cierto, me gusta la niebla. Pero la vida me regala ahora una niebla luminosa y fuerte, mágica al igual que la densa niebla nocturna que recuerdo de mi Valladolid de siempre.

Entonces, era habitual que después de cenar me echara a la calle con el discman y recorriese las calles aledañas a mi casa, embutido en mi larga bufanda, guantes negros y alguna de mis boinas. Paseaba errático y solitario, disfrutando la soledad de la ciudad que pronto va a dormir. La luz de las farolas es enigmática en las noches de niebla, esconde dentro de si el humo de los bares, el confort de las casas, el rumor de las televisiones y los programas de radio deportivos. Mientras se pasea en una noche de niebla, las ventanas de las casas son fortalezas que guardan secretos y misterios, y uno las contempla desde la calle, preguntándose qué pasará tras cada muro, tras cada foso.

Pero la vida va regalando matices a todas las cosas, también a la niebla. Esta mañana, al salir de mi castillo para tomar mi carruaje, una densa niebla matutina me envolvió, cubría todo el bosque de encinas y lo llenaba de historias de encantamientos, de historias de trolls y de trasgus. Contemplé el paisaje absorto en lo que veía y me di cuenta de que era todo nuevo. Al llegar a la central, los edificios de los reactores eran apenas una sombra cubiertos de niebla. Me adentré en la calle central y de las aceras salían hombres vestidos de trabajo, rodeados también de niebla, al igual que la caseta donde está mi oficina.

Me es difícil explicar el sentimiento que me ha llenado esta mañana. Es la misma niebla de entonces, llena de luz, de esperanza, de deseos de vivir. Pero con paredes nuevas. Esta mañana, en el silencio de mi condado, he visto un hermoso amanecer en el que me he sentido protegido, amado, esperado. Era yo mismo rodeado de novedad en una atmósfera protectora, era mi vida reflejada en el abrazo de la niebla.

Y mañana será otro día neblinoso, en el que, tal vez vengas a mí.

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