lunes, 3 de diciembre de 2007

De sábado a domingo

Llegué de sorpresa, y nuestros caminos se cruzaron en el metro, y bajo tierra nos entendimos y nos besamos. La vuelta a casa, el traqueteo más dulce entre tus abrazos de necesidad compartida, de amor contenido y desatado por momentos con sonrisas llorosas. Camino a casa, la mano entrelazada como el primer día, y la sombra de las zapatillas en la alcoba, esas que te regalé por tu cumpleaños y que calientan tus sueños.
Mi inmovilismo fue dolor en el espíritu más que en el cuerpo, la sensación de que dejaba atrás la ocasión de decirte cosas nuevas. Pocos caminos me quedan por recorrer en esta senda de explicarte lo que me pasa cuando pienso en tí, en la realidad que supones en mi vida. Solo se que la sensación que me adueña al apagar la luz cada noche, es la de dormir en paz a tu lado. Acunas mis temores de hoy y de mañana cuando me sonries antes de que llegue la oscuridad del cuarto, y me resumes con un gesto todo lo que me contaste durante el día.
Y todo se desmadra cuando de repente, y ya con los ojos cerrados, me dedicas esa frase manida que en ese momento es verdad absoluta y universal. Y es que se abre mi alma cuando lo último que siento al acabar el día, son tus labios que pronuncian "Te quiero".

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