Me pegas otra patada en las costillas cuando giro la esquina, en plena calle, justo al pasar por el tenderete de castañas asadas. Miro tu bota (la del golpe) y me doy cuenta que es la misma que yo llevo, qué ironía. Y si me miro en el espejo de la plaza, veo en él mi piel de asno y las magulladuras de tus golpes, todo en uno.
Mañana salgo repleto de abrigos y de bufandas, a combatir el frío que dejan las sombras cuando se desvanecen...¿o eres un Peter Pan del siglo XXI y todavía vuelas libre por los tejados y las islas?
Y no hay kleenex para nada. Ni para la sangre, ni para las lágrimas ni para el vómito. Y mucho menos si al abrir la boca me doy cuenta que no es saliva lo que tengo en mi interior: es que me suda la lengua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario