martes, 16 de octubre de 2007

Recuerdos y encuentros

Cuando marché a Noruega (hace ya 21 meses), llevé gran cantidad de equipaje conmigo (menudo sobrepeso tuve que pagar) pero mereció la pena. Y recuerdo que al llegar a mi nueva habitación, lo primero que hice fue organizarla y decorarla para hacerla mía lo antes posible. Recuerdo que saqué de mi cartera todo el dinero español que tenía y lo escondí, quedando tan solo los billetes de coronas noruegas que me había dado esa misma mañana mi padre.
Aquella primera noche finalizó a eso de las 2 de la madrugada, después de colocar minuciosamente los posters y las fotos que había metido en la maleta. Absorto, miraba por la ventana el metro y medio de nieve que cubría las calles, el incesante caer de los copos, y sentía un frío estremecedor en la mente, que no en el cuerpo. No podía parar de mirar y de palpar aquella soledad reconfortante, aquella sensación de haber llegado al lugar donde hacía tiempo que me esperaba parte de mi alma.
También recuerdo mi primer cigarrillo a 15 bajo cero, de esos que, como ya he dicho en alguna ocasión, no contaminan. Y el despertar en mi nuevo dormitorio, aquel olor que me inundó durante meses, el calor del baño, el disfrute que supuso perderme durante días en el largo camino hasta la facultad. Descubrir el supermercado, aprender a decir "hola, quiero una cerveza" y aprender a pagar por ella una auténtica blasfemia. Recuerdo aquel sabor de mi primera cerveza, mi primer paseo por el fiordo, y las lágrimas que salieron de mi rostro cuando de repente caí en la cuenta de que había cumplido uno de los grandes sueños de mi vida.
Las sensaciones que uno percibe nada más conocer una realidad, son las que perduran, son las que marcan una vivencia, un futuro. Aquellos primeros días en Porsgrunn no hicieron más que indicarme el camino, mostrarme el comienzo de lo que supondría al fin y a la postre la mejor época (individualista) de mi vida.
Ayer me disponía a ir al gimnasio y no encontraba el carnet. Me dirijí a mi vieja mochila y busqué sin éxito. Sin embargo, recordé que la mochila tenía un apartado y oculto bolsillo en la parte delantera, de dificil acceso a la vista y a la mano. Lo abrí... sentí, lloré y me desplacé al momento miles de kilómetros.
No encontré el carnet del ginmasio. Sin embargo allí estaban, anclados en el tiempo, 31.62€ que dormían conservando intacta la fragancia de aquel nevado día de febrero del año 2006.

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