jueves, 18 de octubre de 2007

Conversaciones

Ayer llegué a casa a eso de las doce y media. Nuria estaba en la cama, aparentemente dormida, pero pronto descarté tal opción cuando se abalanzó sobre mi y me reconoció que estaba fingiendo. Yo traía un ligero dolor de cabeza y tenía ganas de encontrar tranquilidad en mi lecho, así que me acicalé rápidamente y me metí en la cama. Pregunté a Nuria sobre su día en el Master y sin querer empezamos a debatir sobre Arte. Nuria me explicaba los conceptos adquiridos, su visión de ellos, y me hizo participar del todo en una encendida charla en la que intercambiamos multitud de visiones. La muerte del artista y del arte fue la raiz de unos comentarios vivos, polémicos y contrapuestos.
Fue un momento de magia absoluta. Ayer Nuria me enamoró en un sentido que en mí estaba completamente virgen, y volvió a ser una enamorada intocable mientras me transmitía todo su caudal de conocimiento y de opinión. Yo la escuchaba embobado mientras desbarataba todas mis ideas; me apabulló.
Normalmente apago mi jaqueca con pastillas. Ayer, fue el misterio el que acabó con ella (y una buena dosis de Ibuprofeno), y me recosté en la cama disfrutando de aquel romance nocturno inolvidable.
Apenas si la cogí la mano durante la noche. Todo lo demás hubiese sido un completo sacrilegio.

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