lunes, 10 de septiembre de 2007

La Señal

Este fin de semana ha sido intenso, lleno de emociones y de nostalgia fría. Después de varios días guardando las composturas, liberé las presas oculares y lloré abundantemente en momentos esporádicos del fin de semana. Reconozco que he estado intransigente y susceptible, y por momentos, perdido en aquellas cosas que tanto critico a los demás miembros de mi entorno.
Creo que puedo resumir mis emociones en una sóla pincelada del domingo, acaecida durante el bautizo de mi sobrino Juan. LLegado el momento, el sacerdote instó a recibir a los niños que tomaban parte en la celebración del Sacramento a entrar en la Comunidad Cristiana. El modo de realizar ese gesto era sencillo: los padrinos debían realizar la señal de la cruz en la frente de los bebés. Y por un instante deseé desaparecer de la faz de la tierra. Por más que lo intenté, no pude reprimir un silencioso llanto que me desbordó por pocas décimas, antes de que Kiko se percatase y me pasara su brazo por mi hombro discretamente en un quite prodigioso, pese a desconocer la razón de aquella incontenible tristeza.
Y es que durante toda mi vida, y hasta los últimos días, el modo que tenía mi padre de despedirse de mí cuando caía la noche, era besarme sonriente y hacer precisamente ese gesto: la señal de la cruz con su dedo pulgar sobre mi frente.

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