viernes, 21 de septiembre de 2007

Arranques

Me ha pasado siempre, y creo que me seguirá pasando por mucho que viva, por mucho que aprenda, por muchas que sean mis dudas y mis certezas en el futuro. De repente y sin motivo, una determinada realidad provoca en mí un ataque de tristeza infinito, terriblemente desolador, que me deja tocado por lo general para el resto del día. El problema es que no puedo dominarlo, sea cual sea mi estado anímico anterior al suceso, y luego queda en mi memoria, de modo que, al presenciar una situación parecidad e nuevo, me vienen sentimientos acumulados a la mente.
Ayer caminaba con mi madre al mediodía cuando ella misma notó que me cambiaba el gesto. Me preguntó qué me pasaba, pero evité comentarle todo lo que se me había venido encima cuando aquella mujer pasó a nuestro lado. La vi venir desde lejos, se trataba de una mujer diminuta, avejentada y sumamente encorvada, que vestía una vieja bata de cuadros y unas zapatillas. Gafas de pasta, muñecas casi imperceptibles, tobillos de barro. Su cuello era una acumulación de interminables hileras de venas y de músculos cansados. Caminaba a paso lento, muy lento, y arrastraba un carrito de la compra que debía estar vacío pese a aparentar pesar varios quintales. Pero sobre todo me impresionó su mirada perdida, fijada en un cielo que no está a nuestro alcance. Cada pocos pasos se paraba y subía de nuevo la vista hacia su cielo. Pasé por su lado y bajó la vista de su cielo para mirarme y dejarme helado, y aun me atormenta su mirada. El por qué de todo esto, supongo que está codificado en los recovecos de mi ser, pero a veces ni yo mismo los entiendo. No podría explicar por qué me ha causado tal mazazo esta experiencia, como todas aquellas que me llenan de pesar.
Es la primera vez que reconozco mis ataques de tristeza. La única persona que los conoce es además la única que los entiende, precisamente porque a ella le ocurre exactamente lo mismo que a mí. Compartimos nuestros ataques de tristeza y nos comprendemos...es como un pequeño milagro. Cosas que para otros son imperceptibles, para nosotros son auténticas balas de realidad.
Nuria los llama: "arranques".

1 comentario:

Anónimo dijo...

y ante una persona así es fácil notar un arranque de tristeza, pero lo extraño es notarlo con un simple gesto, con una mirada o con la forma de decir una palabra...

menos mal que también entendemos los arranques de alegría, sino que difícil sería nuestra vida, ¿no? ;)

TTr