viernes, 24 de julio de 2009

Otro para chiqueros

Ultimamente los días se me pasan como los créditos del cine. La cara embobada que mira al aire sin fijarse en las letras, el cúmulo de información que se muestra y que se va, las ansias repentinas de querer verlo todo, el súbito desinterés al ver que la gente pasa de aquello que para tí es importante.

Es complicado. Quiero escribir de muchas cosas, quiero hablar de tí, de los encuentros furtivos que mantenemos mientras camino por la calle sin que nadie nos vea, de las cosas que me dices al oido para que se me pase la pájara y espabile. Quiero hablar de las vacaciones, de esa sensación que tengo de que jamás antes las tuve. Quiero hablar de mi sueño nórdico, cuyo frío siento por momentos y olvido por otros presa del desánimo.

Quiero hablar de muchas cosas, quiero pero me cuesta centrarme en esta tarde somnolienta donde todas las ausencias se agigantan, donde todos los toros son descastados. Y en esta indecisión de silencio, me surge la cara enardecida de César, su mirada cocinada poco a poco con las brasas diarias del sarmiento, su cariño incondicional. César vivía en Traspinedo tranquilo, compartía con sus hijos un negocio con sabor a pinchos de lechazo y aquel emporio que montó en Benidorm fruto de años y años de trabajo.

César vivía la vida entre ascuas y familia, hasta que un día por la mañana el corazón dijo "hasta pronto". Es increíble, un día te levantas tomando un café con tu mujer, y horas más tarde un infarto te manda a chiqueros. Es injusto y es cruel. Desde luego, el que inventó esto, lo hizo con muy mala hostia.

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