martes, 26 de mayo de 2009

A Mario Benedetti, amigo y mentor

Disculpeme Don Mario, por escribirle tan tarde. Necesitaba un reposo y una concentración difícil de encontrar en estos días en los que la oficina engulle fuerzas y minutos. Yo no escribo precisamente poemas en la oficina, pero reconozco que a veces me creo una burbuja donde poder, por lo menos, abrir lo suficiente la espita del alma.


Pero pase, por favor. Sientese en este rincón que le tengo guardado desde hace años, éste es el sitio de usted ¿lo sabía? En efecto, usted mismo lo fabricó a golpes de verso en mi adolescencia febril que buscaba anhelante el amor a la vida. Insisto, póngase cómodo, tengo que decirle algo importante.


Quiero que sepa, Don Mario, que ha sido usted un referente en mi vida desde que aquel poemario suyo cayese en mis manos con 16 años. Quiero que sepa que me enseñó a amar a las mujeres, a saber encontrar la gloria que hay entre sus dedos, a admirar su sencillez y su ser enigmático e inigualable. He de decirle que mi vida quedó marcada cuando vi que plasmaba usted los sentimientos más humanos que jamás había leido. Entonces dije yo "También puedo escribir", por lo que a usted le debo ser escritor en mis ratos -cada vez menos- libres.


Quería pedirle perdón por aquellos recitales que di en su nombre sin su permiso, por las veces que intenté utilizar su poesía para seducir o para enterrar. Pero tendrá usted que reconocerme que su obra es divinamente accesible, sutil y profunda pero a la vez directa y simple, y eso es muy dicícil de encontrar.


Por último quería decirle lo contrariado que estoy por su marcha. Le contaré un secreto: una de mis máximas ilusiones era conocerle en persona. Recuerdo que cuando llegó el año 2000, una de las cosas que pensé fue "Benedetti cumple 80 años, hay que darse prisa" pero no se dieron las circunstancias para nuestro encuentro, aunque también he de decir que me siento en parte culpable por no haber hecho lo posible por conocerle. En realidad usted no se perdió nada por no conocerme, pero quiero que sepa que a mi me hubiese hecho muy feliz saludarlo y decirle lo que le digo ahora: Gracias Mario -permiteme que te tutee a estas alturas de la carta- por abrir mi corazón a la sensibilidad y al amor, por enseñarme a digerir mejor el aroma de la desdicha y a descubrir colores escondidos en la victoria.


Gracias por llenar tantos momentos de dulzura y de autenticidad en mi vida durante todos estos años, y sobre todo, por hacerme ver que yo también podía ser persona, amante y poeta.


Se que me seguirs acompañando toda mi vida, en cada nueva circunstancia que me acontezca, como lo estuviste hasta ahora. Estoy triste, este era un día que temía y que no quería afrontar.


Ya se le extraña, Don Mario. Hasta pronto.

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