viernes, 24 de abril de 2009

Morante tras la anestesia

Ya antes de que abrieran la puerta del quirófano, empecé a pensar cosas extrañas, cosas que solo se piensan en momentos de intranquilidad. Lo último que recuerdo fueron las caricias de la enfermera y sus palabras. "Te vamos a dormir, piensa en algo bonito conlo que soñar" y quiero recordar que mis últimas palabras fueron "me voy, me voy" y una sensación de que se me dormían las piernas. Después desperté ya camino de la habitación, para completar el despegue ya en la 413. Al cabo de unos minutos, apareció el anestesista riendo y comentando "A este chaval le gustan los toros, al despertar de la anestesia no hacía más que hablar de Morante de la Puebla".


Me gustó ese gesto inconsciente. Seguramente a Morante le importe poco, pero fue en el primero que pensé al despertar tras la operación (que dicho sea de paso, salió perfecta). Ayer, convaleciente, veía el petardo de Victorino en Sevilla que tanto había esperado, el mano a mano del valor, de la verdad, de la torería. Que Morante quisiera torear en Sevilla con El Cid la corrida de Victorino, dice mucho de un torero y de una persona. Antes de la corrida, le entrevistaban en el Plus. Se le veía perdido en su mundo de arte, y a la pregunta del periodista sobre la tarde que iba a venir, dijo "Era lo que me apetecía". Me quedo con eso.

Luego, vino el petardo: corrida descastada, desrazada, mal presentada, donde pese a todo hubo detalles que hicieron válida la compra: cómo recibió Morante al primero, la réplica que hizo el Cid por delantales, y las ocho verónicas de Morante en el quinto, además de un par de naturales del Cid, muy meritorio en el cuarto.

Mientras tanto, escribo de nuevo en el blog desde el sofá más tranquilo y sin los tapones, con el calor de mi madre y de Nuria, y con la sensación de estar en casa (después de 7 meses de vivir en mi actual piso).

Y deseando que pasen los días para respirar de nuevo, con la almohadilla preparada para San Isidro.

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