miércoles, 10 de diciembre de 2008

Vuelta de Asturias

El retorno de Asturias es siempre traumático. El de ayer lo fue aun más durante las cuatro horas de tren. Ayer Villahormes lucía su orballu más íntimo, su viento más suave y envolvente. La chimenea de casa era si cabe más acogedora en la sobremesa, mientras me hacía el remolón en el regazo de mi madre.


Después de varios días de sonidos alegres y novedosos, el Reborín volvió a su esencia durante unas horas. Mi madre, Oti y yo, en una especie de espera en la que llevamos sumidos 17 meses. No hacía falta hablar en el chigre antes de la comida, porque la ausencia de mi padre llenaba toda la finca, toda la casa, llegaba hasta la Sierra del Cuera y cruzaba todo el valle de San Jorge. Esa ausencia estaba en la hierba, en el seto, y la sentí dentro de sus madreñas frías y desnudas, que también le esperan en la puerta.


Yo asentía como un bobo cuando alguna persona cercana me explicaba qué se sentía ante la ausencia de un ser querido, asentía con la facilidad de quien se siente poseedor de todas las verdades de la vida.


Ahora soy yo el que intento explicarlo y veo las caras embobadas de aquellos que asienten y te dan la razón ante balbuceos inconexos sin sentido que intentan explicar lo inexplicable.


Creo que la forma en la que más me puedo acercar es esta: es muy jodido y aunque por momentos cambie de intensidad, no mitiga.


No hay solución ni parche que me quite esa sensación de frío y de miedo que me inunda cuando me doy cuenta de que no estás, y que no vas a volver.

No hay comentarios: