miércoles, 17 de septiembre de 2008

Pisos y Calamares

Ayer a las dos, tenía cita en la calle del Barco 42. El anuncio decía “duplex interior, luminoso, amplio…” y muchas más cosas que nos llevaron a llamar. Al llegar allí, la imagen y el olor eran dantescos, aterradores. Con plena luz del día, los dos ventanucos eran incapaces de iluminar el “piso” y tuve que encender todas las bombillas. El salón cocina me recordó a la posguerra, a la clandestinidad que debieron vivir algunos. La parte superior, dos camas ridículas y un urinario, sin apenas aire, y con una ventanita que venía de la planta de abajo. Cuando la señora me dijo que pedían 1100 euros por él, sentí ganas de llamar a la policía. En su lugar, y con mi calma habitual, espeté un seco “muchas gracias, pero no es precisamente lo que estamos buscando”.

Al salir, me intenté refugiar en un bar de barrio a la luz de un cartel que decía “Romar, haciendo los mejores calamares de Madrid desde 1920”. El camarero solo me dirigió dos palabras en los 20 minutos que estuve allí “cuatro veinte”. El bocadillo de calamares que pedí estuvo, tristemente, a la altura de la choza que acababa de ver. Sali y me dirigí con tristeza a la oficina. Fue un dia muy duro.

Hoy amanecí de otra manera para ir a la reunión con PIHASA. La mañana pasó tranquila a la espera de ver un nuevo piso: Espronceda 14. Las fotos auguraban buena pesca, pero uno ya es toro indultado y no se fia.

Claudio me recibió a las dos y cinco y subimos a la cuarta planta en un ascensor al que habían quitado el envoltorio el otro día. Al oler la puerta ya se me abrieron los sentidos y ya dentro asistí a todo un orgasmo inmobiliario. Un dulce de leche, un lugar hogareño y cálido, cuidado, amplio. Un sitio donde soñar y pasar el invierno, donde ver películas y cenar. La mala noticia es que se me habían adelantado y una pareja estudiaba ya su adquisición. Dan la respuesta esta tarde. Si es negativa, Espronceda 14 nos tendrá a Nuria y a mi como inquilinos.

Al salir, caminando hacia la oficina, un aroma inconfundible llenó mis alveolos. Ni más ni menos que la cafetería “El Brillante”, lugar de peregrinación de los amantes del bocadillo. Especialidad: calamares. No me he podido resistir a la tentación y he degustado un soberbio “mini” en la barra. Insuperable. He charlado con el camarero y he pagado como un rico que compra pipas.

Ya en mi despacho, me he parado a analizar esta paradoja entre los pisos y los calamares que he vivido ayer y hoy.


Pisos, calamares…es todo lo mismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

y el año pasado como escogiste alenza 14 si no habia ningun bar de calamares al lado???