martes, 20 de mayo de 2008

Puente y milagro (reencuentros)

Puente de San Isidro en Pontevedra. Parece mentira que después de tanto buen comer y beber, me de cuenta de que eso ha sido una mínima parte de todo lo que he vivido estos días. La mayor parte ha sido cariño a borbotones, de ese que se da sin pensar y sin medir. Un cariño que guardo en el desván de la memoria, aquel que también regalaban mis padres, aquel del que nos vemos privados todos desde hace diez meses.


Cada vez que vuelvo de Pontevedra, medito sobre muchas cosas, sobre la vida misma. En casa de Nuria, las sonrisas valen doble, al igual que las canciones y los chistes. Y también vale doble que tus chistes hagan gracia.


Tras el regreso, tarde de transistores aplacada por el gol de Llorente, y el Valladolid, otra vez en primera.


Y ayer, haciendo la cena, sonó un timbre de otro tiempo. De repente, sin esperarlo, un viejo amigo subió las escaleras y me dio un abrazo anclado en el tiempo. Y volví a ver en su rostro la alegría y la ilusión, y leí en su frente la palabra "expectativa". Aun con el bigote congelado por el frío de la nevera, me contó una historia que me sonó a campanillas y me siguió abrazando.


Pero lo que siento ahora, en el momento exacto en el que se fragua su nuevo futuro en Majadahonda, es que el tiempo le ha devuelto justicia a Oti, aquella que siempre se rió a sus espaldas. Hoy le mira a la cara y le echa una cuerda de titanio, cuando el tren ya estaba arrancando sin él. Me siento muy feliz, tremendamente reconfortado y en paz con el día de hoy.


No estoy nervioso. Hoy he vuelto a ver en él la resolución y las ganas, la mirada franca y decidida, la esperanza y la convicción. Ayer apareció mi hermano por la puerta, cenó con nosotros y compartió sus nervios adultos. Regaló cariño del caro y le tuve a mi lado mientras intentaba dormir. Me acuerdo de mi padre, de la felicidad que le invadiría, y de mi madre, que ayer cenó su soledad diaria más alegre, aunque la cenó sola.


Y esta mañana le he preparado el desayuno con ganas desmedidas. Le he despedido con un abrazo eterno y aun tengo las presas de mis ojos activadas. Mientras tanto, espero su llamada.

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