jueves, 28 de octubre de 2010

Hoy como ayer

Sentado en las primeras filas de la iglesia gótica que admiraba, pensaba en la extraña paz que me invadía, en la relajación ansiolítica y gratuita que me regalaba aquel lugar. Ante mí, un japonés sacaba fotografías en un estado de pseudo-posesión. Entonces se presentaron aquellas ladronas que ya había dicao en la puerta. La típica estampa que tantas veces lancease en Madrid, una madre y una hija provistas de papeles y carpetas. Sorprendentemente el japonés picó el anzuelo y sacó la cartera, mientras yo en primera fila me pispaba de todo y esperaba atónito el hachazo final. Efectivamente, y con claridad meridiana observé cómo la niña colocaba con destreza una carpeta en la cara del oriental, mientras en cuestión de un segundo la madre limpiaba de billetes la cartera, que estaba fuera del alcance de nuestro triste protagonista. Entonces la madre se dió cuenta de mi presencia y salió pitando.

Y yo qué hice. Pues mirar. Me quedé mirando al incauto japonés, que siguió sacando fotos mientras se alejaba rápidamente de mi presencia, como si fotografiase a una sombra que volaba en la iglesia. Y le vi marchar, sentado en el mismo sitio desde donde lo había visto todo sin mover un solo dedo, sin detener al ladrón, sin avisar al panoli víctima de la limpieza. Y ahí quedó todo.

No encuentro explicación alguna a este comportamiento. De repente me encuentro en un escenario donde el hecho puede más que la consecuencia y contemplo absorto el espectáculo.

Me viene irremediablemente al recuerdo aquel día en que le rompieron un huevo en la cabeza a Dolores. Era la fiesta del colegio y Dolores, tosca pero noble, se había puesto sus mejores galas. Yo sabía lo que ocurriría y lo vi venir, inmóvil. Fue Cocinero el que ejecutó la vileza ante las estruendosas risas de sus acólitos y las lágrimas impotentes de Dolores, lágrimas de princesa enjaulada. Y callé entonces igual que el otro día en la Iglesia. Recuerdo aquella sensación de ver caer la yema por la cara de la desdichada Dolores, y lo recuerdo a cámara lenta, con la misma claridad que vi salir los euros de la billetera de mi Toshiro Mifune de alquiler.

El porqué es aun un msterio interno al que, sinceramente no creo que le encuentre respuesta.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Llega el frío

Hoy es un día de esos en los que no consigo pasar la página de una mala noche. Para colmo, una espantosa contractura limita mis movimientos y me mantiene quieto en la mesa, fingiendo que leo interesado el último cursillo de la empresa, con 193 apasionantes folios.

En este día me regodeo en frases, en hechos, en gestos, y paso mis películas preferidas una y otra vez por la mente. Y hablando de películas, hoy es un día perfecto para tragarse una de aquellas que te abofetean el espíritu, tal vez « Jules et Jim » o « Ma nuite chez Maud ».

Es un día en el que ver atardecer camino de Bruselas, envuelto en un silencio de motor Diesel. Tenía que llegar este día de acoplamiento al frío, de cambiar la predisposición a ciertas cosas, de esperar el momento de abrazarte con más ansiedad todavía, al rumor del martillo y la brisa de la taladradora.

Aquellos octubres de Valladolid con sendero marcado a la Seminci, la luz de lectura del salón y los primeros nícalos en la despensa. Nícalos con sabor a la tierra de los pinares de Castilla.