jueves, 29 de septiembre de 2011

Japón, día 29. Karaoke

Ya voy por el segundo aviso y todavía me parece que acabo de irrumpir en la plaza. Jamás vi pasar el tiempo tan rápido como este largo mes en Osaka. Largo en lo que al calendario se refiere, porque en mi sensación interior ha sido un soplo.



Estos días me he encontrado tozudo y terco para escribir. Y eso que sigo acumulando vivencias y recuerdos. Sin duda esta semana el martes se lleva la palma en cuanto a la novedad y la fascinación. El martes taché otro objetivo de mi lista.



Esta vez me llevé a los japoneses a cenar a Taka-Tori, mi restaurante favorito. Taka-Tori es una locura colectiva de sonidos, aromas y sonrisas que te apabullan. Y el martes por fin pude ampliar mi menú, gracias a que Masayoshi se encargó de pedir comida y brebajes diversos. Después de la cena, tenía un buen puyazo merced a un licor de patata que tenía un regusto a vodka, pero mucho más peligroso por su fácil trago.


Pero la cosa sólo acababa de empezar. Al salir de Taka-Tori, enfilamos una luminosa calle hasta que llegamos a una puerta donde se podía leer...



SI señores. Un auténtico Karaoke japonés. Una sala privada donde pudimos cantar a nuestro antojo durante dos horas bajo la fórmula "canta y bebe todo lo que quieras en dos horas". Muy peligroso para un martes. Aun así, reinó la cordura y pasamos una noche memorable. Por mi voz pasó Frank Sinatra, Queen, Joao Gilberto y Julio Iglesias. Mis compañeros, mientras tanto, me sorprendían con melodiosas canciones japonesas, de esas que salen en los dibujos animados.



Una muesca en mi revólver, un jirón en mi muleta. Algo que sólo podía pasar en Japón.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Japón, día 25. Kyoto y el colapso




Es un milagro que pueda escribir esta noche. Hace tan solo unas horas, no daba un yen por este ordenador. Me dejó tirado ayer por la noche incomprensiblemente, su bloqueo creó en mí un colapso justo cuando me disponía a narrar la historia de mi día en Kyoto.


Kyoto, gran capital del Japón durante casi mil años, me dejó perplejo durante unas ocho horas, y eso que las maltrechas rodillas de mi jefe me privaron de conocer muchos de sus secretos. Comencé el día recorriendo el largo pasillo del Sanjusangendo, el templo budista más largo del mundo, con una auténtica legión de estatuas custodiándolo. Seguidamente conocí la fortaleza shogun de Kyoto, el nijo-jo. Y como un niño me imaginaba con una katana recorriendo sus pasillos a prueba de intrusos (con un ingenioso sistema que delata al caminante y que aun hoy funciona a la perfección). La fortaleza sacó de mí sentimientos dormidos, pude visionar luchas, consejos de ministros, ceremonias del té. Pude ver cómo el shogun pasaba a ver a sus concubinas, dónde y cómo las amaba. Y finalmente (y no con mi imaginación) paseé por uno de los jardines más hermosos que he visto en mi vida. Para culminar la jornada, paseamos por las inmediaciones del pabellón dorado, el especialísimo mercado de abastos y la ciudad antigua, donde me crucé con tres geishas que igualmente me hicieron viajar al pasado.





Me disponía a contar esta y más historias (como mi destreza y pericia al arrancar un cartel de Kabuki en plena calle) cuando mi ordenador dijo que nani. Ahorraré a mis lectores la secuencia en la que pierdo los papeles y todas las triquiñuelas que me han llevado a revivirlo. El caso es que me ha permitido trabajar correctamente por la tarde y escribir ahora mi relato. Relato que acaba recordando a mi amigo Enrique, figura del toreo que ayer se emborrachó por naturales y cambios de mano, con una muleta aun por recibir sangre pero siempre en su sitio y planchada. Recibo los ecos desde Asturias de su faena y de sus ocho puyazos de whisky, y lamento que esta experiencia nipona me haya impedido estar en el festejo y, por lo menos, poner un par de banderillas. Sea para bien Maestro, no me cabe duda.


De todas formas, y ahora que lo pienso, puede que los ordenadores sean muy listos, tal vez demasiado. Tal vez mi ordenador conocía mis intenciones y se hizo el longuis para evitar que me levantase a las cinco de la mañana para ver al Atleti. Visto lo visto, al final me ha hecho un favor.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Japón, día 22. Otoño



Mañana es fiesta en Japón. Se celebra el equinoccio de otoño. Una fecha en la que se honra a los difuntos y a los ancentros, se reza por la familia, por el legado que otros nos dejaron. Los restos del tifón que ha asolado de nuevo el centro del país, nos han facilitado el paso a la nueva estación. Hacía días que anhelaba una brisa fresca que terminase de alejar el negro fantasma de mis migrañas.


Hoy los japoneses preparan la fiesta de mañana. vestirán sus trajes de gala y enviarán tranquilos sus plegarias, que llegarán hasta el monte Fuji. Mi día sin embargo será como otro cualquiera, esta vez trabajando desde el hotel. Puede que el fin de semana pueda viajar hasta el monte Koyasan y descubrir los templos de un lugar que es vulgarmente llamado "El Vaticano japonés".


Mientras tanto, los dedos caen de mi mano sin sentido, sin enterarme, y ya veo a lo lejos la sombra del supositorio que me devolverá a Europa y a tus brazos. En lo que llega ese día, tal vez pueda volver a mi restaurante favorito y al bar que descubrí ayer, donde dos japoneses hablaron conmigo en perfecto español (para orgullo de Cervantes) y conocí a un carpintero de San Francisco que trabaja para el Cirque du Soleil.


Pasamos página. El verano ya se esconde en un recuerdo de una mañana de Fiesta en Villahormes vestido de porruano con Oti y con Pablito, dulzura de mi vida. También en un paseo con mi madre por Montmartre, dándole luz a las viejas fotos en blanco y negro y siguiendo la estela de los cigarrilos de mi padre, buscando su recuerdo y su nostalgia.


Y en la palma de mi mano, aquel día ganado al tiempo en la playa de Oostduinkerke, perdidos entre sus dunas y envueltos en el suave aroma de un helado de frambuesa. La puesta del sol del verano.

martes, 20 de septiembre de 2011

Japón, día 20. El ragalo

De todos los japoneses con los que trabajo, siempre sentí predilección por Kishida-san. Un hombre venerable, con una expresión de paz en su rostro y una manera sosegada de hablar, pero a la vez emotiva y sincera. La semana pasada coincidí con Kishida-san en la misma mesa, durante la cena que preparó NEL, la empresa con la que realizamos el proyecto.


Fueron saliendo temas durnante el banquete, como mi ilusión por el teatro kabuki, mi amor por la cultura japonesa y mi devoción por el cine clásico japonés. Con cada confidencia, Kishida-san iba aumentando su sonrisa y su curiosidad. Se sentía tremendamente orgulloso de que un occidental mostrase tanto respeto y admiración por su país, por una cultura que él amaba profundamente.


Al día siguiente, llegó a la oficina con unos papeles impresos. Me dijo "tienes suerte, hay Kabuki en Osaka este mes" y en los papeles me indicaba el nombre del teatro, dirección, precios, salida del metro...me recomendó ir a la sesión de las cuatro de la tarde. "Hay un gran actor que actúa en la segunda obra, es muy famoso y muy bueno, te gustará verle".


Ya conocen mis lectores la impresión que me causó la velada de Kabuki. Hoy (ayer lunes fue fiesta en Japón) Kishida-san ha venido a preguntarme cómo me fue y cuales fueron mis impresiones. Le he ido narrando paso por paso mi fabulosa experiencia, y se ha vuelto a sorprender cuando se ha dado cuenta de que conocía los intrumentos clásicos japoneses. Ha disfrutado con mi narración, y cuando pensaba que ya se iba, ha sacado una bolsa discretamente escondida y me ha dicho "esto es para tí".


No compré el programa de la representación del sábado. Pero hoy, Kishida-san me ha obsequiado con un libro sobre Kabuki, lleno de fotografías del famoso actor que representó la función el sábado. Fotografías que captan toda la expersividad que se me pudo escapar el sábado por la distancia. Color, maquillaje, vestuario, decorados. Todo está en ese libro que me ha regalado este amable hombre al que yo no he dado nada.



Es difícil explicar mi sentimiento ante este gesto. Por un momento he temido que mis compañeros conociesen mis lágrimas de cristal, pero he sabido contenerme. Ha sido un gesto que jamás olvidaré, ha sido un ragalo venido del respeto, del agradecimiento por amar su país. Puede que algún día, algún extranjero me cuente que ama la Fiesta de los toros y yo le regale la biografía de Manolete o de Belmonte, quien sabe. Pero jamás alcanzaré la autenticidad y la ilusión de este gesto inigualable que han tenido conmigo. Japón me está dando mucahs cosas, no me siento extraño entre sus gentes y entre su cultura. Me siento afortunado. Único e irrepetible. Momentos de mi vida que jamás se olvidarán.


Ojeo perplejo el libro, pero me doy cuenta de que lo más preciado del libro no se ve. Me imagino a Kishida-san, empleando unas horas de su tiempo libre para comprarme el libro. Me le imagino estudiando las alternativas, eligiendo finalmente aquel que él pensó que sería de mi agrado. Me le imagino empleando un tiempo de su vida pensando en la mía.


Francamente, creo que pocos regalos se pueden comparar a este libro que ahora tengo a mi lado, y que hará recordar para siempre este maravilloso período de mi vida que estoy viviendo en Osaka. El regalo de un hombre a punto de jubilarse que supo ver en mí la ilusión de un chiquillo.


Mi padre decía que yo tenía una flor en el culo. Juanito, te quedaste corto, querido.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Japón, día 17. Una tarde kabuki




Ambientazo en el teatro Sochikuza de Osaka. Convencí a mis intrépidos compañeros de llegar pronto, paladear las afueras, la espera del momento. Creo que Nirmal y Gregg no tenían muy claro a lo que venían. Yo si.


Los alrededores del teatro estaban plagados de locales, restaurantes, puestos callejeros, tiendas de todo tipo. Una marea de gente caminaba en todos los sentidos mientras esperábamos en la fila. Entramos en el teatro. Maravillosa acogida, cartel de no hay billetes, gente bien vestida y respetuosa. Una simpática azafata nos llevó hasta nuestros asientos. Y entonces comenzó la función.


La primera de las tres obras fue sin duda la que más me atrapó. En la parte derecha, el grupo de músicos con sus koto y shamisen (instrumentos de cuerda). Encima de ellos dos narradores, cantando en el tono clásico y ancestral, el que yo esperaba. Acojona, te transporta, te mece y te lleva a un estado en el que poco importa el argumento. La historia fue avanzando en una lucha constante entre el bien y el mal. Los movimientos, los bailes, las expresiones faciales y corporales, una sinfonía única de pulcritud y de espíritu.


Posteriormente fueron apareciendo más elementos. Fue estremecedora la aparición del shakuhachi (una especie de flauta de bambú) en la segunda de las obras que se representaron. Por aquellos momentos yo ya flotaba por el aire del teatro, embriagado por tanta belleza y evaporando lágrimas silenciosas.


Pero no todo quedaba en el escenario. En los descansos pude observar cómo la sociedad japonesa se comporta de modo totalmente distinto al nuestro. Para empezar, porque comen entre obra y obra. Aunque sin duda lo que más llamó mi atención fueron las numerosas mujeres ataviadas con hermosos kimonos. Realmente Japón alberga una magia inexplicable. Hay que sentirla.





Mi jefe se dió mus al final de la segunda obra, y yo me quedé solo con Gregg para recorrer el barrio después de aquel éxtasis. Acabamos comiendo Takoyaki en un puesto callejero, junto a un canal del río, con un ejército de extractores expulsando los más diversos aromas. Y aplaqué mi sed con una Asahi mientras veía pasar los barcos, mientras pensaba que ya podía tachar una línea de mi lista. Puerta Grande.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Japón, día 16. Esperando el Kabuki



Debo explicarme. Siempre sentí una atracción especial por la sensibilidad japonesa, pero ahora que la vivo en primera persona, cubre muchas dudas pero deja claros inerperados. La hospitalidad, el buen gusto, el trato excelente, la educación... todo eso me deslumbra mas me pone alerta. Tal vez todo ese formalismo, todo ese cuidado minucioso lleve a una infelicidad encubierta. Dejo aquí el tema para que lo interioricen mis lectores.


Es viernes. Poco de especial tienen los viernes en Japón, porque preceden a un fin de semana en el que se trabaja. Pero, al menos, el sábado sólo trabajaré de mañana. La tarde me reserva una de las ilusiones que guardo con más cariño desde la infancia, desde que desde mi espíritu autodidacta empecé a tragarme todos los clásicos del cine japonés. Hablamos de Kurosawa, de Ozu, de Mizoguchi, de Kobayashi. Aquellos Maestros metieron en mi cabeza otra forma de vivir, de temer, de guerrear y de amar. Y caló en mis tiernos huesos.


La base de aquellos actores (que a mi padre le parecían tan exagerados y ridículos) se fraguó en el Kabuki y en el Nohgaku, formas ancestrales del teatro japonés. No se entienden la una sin la otra. Por eso desde que estoy en Japón no he visto ninguna película de las que tanto me gustan, porque estoy convencido de que después de asistir mañana al teatro Shochikuza de Osaka, estaré preparado para entender mejor muchos de los mensajes que puede darme "Cuentos de la luna pálida de agosto", "El intendente Shansho" o "Las hermanas Munakata".


Espero ansioso el momento de entrar en el teatro, contemplar a las mujeres japonesas con sus kimonos, palpar el silencio previo a la obra. Serán casi cinco horas de espectáculo en el que no me enteraré absolutamente de ninguna palabra, pero que a buen seguro me dejarán con el alma encogida. Y tal vez en mi próxima visita a Japón (probablemente para finales de octubre) pueda asistir a una obra de Nohgaku (llamado también teatro Noh), el más antiguo arte teatral japonés, mucho más difícil y técnico que el Kabuki. Es por eso que he elegido esta secuencia que espero sea la acertada.


Entre tanto, los días pasan igual. Camino por la calle y pienso lo bien que estaría aquí contigo. Y contigo, y contigo, también contigo. Tantas vidas que encierra este mundo maravilloso y enigmático que es el Japón. Viviré la que me ofrece.


Por no variar la temática de entradas anteriores, ilustro mi escrito diario con una fotografía tomada en un maravilloso restaurante en el que cené ayer por la noche con Gregg, y donde por fin pude practicar la última frase que he aprendido en japonés, con un resultado totalmente satisfactorio.


Eigo ga dekimasu ka?

martes, 13 de septiembre de 2011

Japón, día 13. Sapporo (72)



Hoy cambio de tercio. O mejor dicho, de cerveza. Mientras escribo en este diván degusto una Sapporo, y me acuerdo ineludiblemente de Paquito Fernández Ochoa y de todo lo que decía mi padre sobre su medalla de oro en las olimpiadas invernales del 72. Mi padre tenía la teoría de que Paquito realizó totalmente borracho aquel descenso, y que cuando llegó a la meta no solo no sabía que había ganado, sino que ni siquiera sabía a ciencia cierta si estaba en una pista de esquí o en una plaza de toros (recordemos que el más famoso de los Ochoa era un gran amante de los toros y un novillero en ciernes). Es por eso que este nostálgico sorbo de Sapporo va, como tantos otros, para mi padre. Un inciso.


Sin duda lo más destacable de hoy han sido las cariñosas palabras que durante la cena me ha dirigido mi jefe en Japón, un socarrón americano de origen indio llamado Nirmal, que insiste en volver al bar donde se perfumó con Chimay. Nirmal me trata como a un discípulo, me aconseja y me mima, me siento entre algodones. Yo intento responder con ganas y trabajo a su confianza.


Pese a que los primeros instantes fueron de atolondramiento, cada vez me siento más tranquilo y asentado en el coso. Respetado, integro, entero. Tal vez blandeé un poco en el caballo, pero me he venido arriba en banderillas.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Japón, día 12. Nara



Me siento en frente del ordenador, y me dispongo a escribir como en los viejos tiempos. Me acompaña un viejo amigo, Francis Poulenc. Aunque hay alguna diferencia clara con aquella época, más que nada la edad. Y la cerveza que bebo mientras escribo, que entonces era una Hansa Pils y ahora es una Kirin. Por lo demás, sigo reconociendome y siendo prácticamente el mismo. Vivo con la misma energía toda la novedad que me envuelve, aprovecho cada persona que pasa por la calle, cada cartel publicitario, cada bar o tienda de ropa. No es fácil decir lo que digo.




Puede que si, que Japón me esté despertando a bofetadas y me esté recodadndo algunas de mis peculiaridades, de esas por las que en algún momento me llegué a sentir diferente. Ni mejor ni peor: diferente. Ayer, en Nara (una de las antiguas capitales del Japón, entre el siglo séptimo y octavo) adelgacé años, perdí arrugas, gané agilidad en las piernas y el calor ni siquiera me afectó. Saludé, sonreí y me emocioné con cada teja de cada templo, con cada pilar de madera. Arañé aire a las piedras, que me hablaron de aquella grandeza que tanto ansiaba conocer. Definitivamente, Japón es uno de los pilares de mis sueños de infancia, como lo era (y es) Noruega, como lo son Egipto o Argentina. Y estar en Japón es un reencuentro con alguna parte de mi alma que aun no logro entender.




Mi estado de gracia hace que me encuentre feliz ante la gran oportunidad profesional que vivo. Pasan los días sin enterarme que el objetivo se va cumpliendo y que lo que parecía imposible hace semanas, sale fluido ahora de nuestras mentes y nuestros ordenadores. Y eso no es desdeñable, era la prioridad.



Ayer por la noche, al salir del maravilloso restaurante donde engullí seis pinchos de yakitori (y que encontré por casualidad), caminé errático por las animadas calles de Osaka. Sin sentirme extraño, cruzando los semáforos a paso de Ipod y llenandome de positivismo y de vitalidad, pensando que todo esto merece la pena. Y se me puso la camisa de gallina al darme cuenta de que unos metros más allá, en el país plano que cantó Jacques Brel, me esperas con tu abrazo y tu sonrisa, con tus ganas de hacerme feliz. Con tu magia intacta y las mejillas coloradas por el frío del otoño que comienza.


jueves, 8 de septiembre de 2011

Japón, día 8: Chimay en Osaka



Hay veces que uno se encuentra con cosas que no espera. Pocos sitios hay en Bruselas donde encontrar Chimay Triple de barril. el que más me gusta es "La porteuse d´eau", cerca de Port de Hall. Un bar estilo Art Nouveau que conocí primero yendo en autobús, para después sucumbir a sus encantos en repetidas ocasiones presenciales.


Hoy he encontrado esta singular cerveza en un centro comercial de Osaka al que he ido a cenar con mi jefe y mis compañeros. Los pobres, poco acostumbrados a la generosidad de la cerveza belga, han acabado ligeramente ebrios, pero felices y contentos, brindando por mi salud y mi futuro.


Tomarse una Chimay en Osaka es como fumarse un puro en la ópera, un privilegio que me ha devuelto por unos momentos a ese rincón que Jacques Brel cantó y retrató como nadie, donde mora mi amor y mi futuro. También tierra desde donde llegan nuevos y exigentes lectores de este humilde blog, que me recuerdan que el sábado el Atleti juega contra el Valencia.


Y mientras tanto, recibo un mail de Masayoshi con la información que buscaba: donde ver teatro Kabuki en osaka y dónde comprar entradas para el torneo de Sumo de Tokyo (si hay tiempo para ir, claro).


Y oigo la lluvia de Bruselas con un sonido de tacón nuevo, y un vestido berenjena que limpia las calles de mediocridad y de tristeza.

martes, 6 de septiembre de 2011

Japón, día 6: la cena



Sin duda el día de hoy se resume en pocas palabras. Las que me ha quitado la maravillosa cena japonesa a la que nos ha invitado Watatani-san. Sushi, sashimi, tempura, sopa...y cuatro tipos de sake diferentes, oiga usted. Un lujo, una verónica muy ceñida. Aunque después de semejante banquete, llego al hotel sin puntilla y con ganas de pasar una plácida noche sin migraña, que ya va siendo hora.


Pasan sin querer los días en Japón, y mañana hará una semana que salí de Bruselas. Una semana después, la misma ilusión por vivir y aprender, la misma sensación de milagro, de privilegio, de oportunidad.


La sonrisa que muestro en la foto (dedicada con gusto a mis lectores), ha quemado las pocas energías que me quedaban antes de regresar al hotel. Hoy ni le voy a dar la opción a Nosferatu. Buenas noches.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Japón, día 5: la reunión

Mi día se resume hoy en la tan esperada reunión con "Kansai", el propietario de la central para la que estamos desarrollando los ensayos de resistencia. Parecía que era un lobo muy fiero, pero a posteriori todo ha tenido el incontenible sabor educado y meticuloso de los japoneses. Ninguna mordida, ninguna crítica. Tal vez dudas razonables torpemente explicadas.


Mientras Masayoshi y Nirmal les contaban la biblia de los "stress test", algunos japoneses tomaban notas en su portatil a toda velocidad. Otros, mientras tanto, dormían tranquilamente y sin preocuparse por ser vistos. Un japonés, en concreto, sentado premeditadamente en una esquina, se ha dormido la reunión entera. Eso si, ha salido de la sala con una gran sonrisa.


Mato el día con cerveza Kirin y unos "noodles" en un pequeño restaurante japonés, acompañado por Gregg y Walter, los únicos que me siguen el juego social. Y la noche se pierde en un intento frustrado de ver "Nosferatu", una ducha relajante y unos correos nostálgicos.


Y mientras tanto, limpio el albero gastado de hoy, visualizando cómo ingieres tu manzana en el metro. Tu chaqueta, tu mirada. Tu beso.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Japón, día 4: un domingo de trabajo

No es agradable trabajar un domingo, pero el hecho de estar en un proyecto tan interesante mitiga "la pena". El fin de semana ha sido tremendamente raro en lo gastronómico, sin comer apenas a mediodía y comiendo-cenando a las 18.30 (es lo que tiene estar con americanos).

Pero las cenas son el momento perfecto para estar en medio e intercambiar opiniones y reir chistes. Durante el día se siente la presión, pero en las cenas no se suele hablar de trabajo, lo cual se agradece. Ayer, la cena discurrió en un vietnamita excelente, en el piso 30 de un edificio impresionante, uno de tantos en el distrito de Umeda. Pero parecía que andaban ya los buches cansados de comida oriental y hoy se pidió un cambio de tercio. Me pidieron que buscase un restaurante español decente, y vaya si dí con el. Me choca encontrar en Osaka un lugar llamado "Marisquería Gozo", pero bien debe vivir su dueño, sin duda. restaurante lleno y calidad, aunque me viese obligado a pedir un Rioja, ya que la botella de Mauro rondaba los cien euros. El Ramón Bilbao pasaba los 30 pero les ha fascinado "no como el bordeaux de ayer", decían.


Pero la clave ha sido el momento en el que les he preguntado si querían comer más. "Otro plato de jamón" dijo Walter con una enorme sonrisa. Walter, que ha viajado por el mundo pero que nunca ha estado en España, parecía haber descubierto el Santo Grial. El jamón me ayudó a pasar del todo la migraña y me hizo añorar a Rigoberto, mi fiel amigo que sigue adelgazando en Bruselas merced al despiadado alfanje de Nuria.


Termino la tarde emborronando mi prestigio cinematográfico y hablando con todos los míos. Oigo a Juan y a Pablito, también escucho a mis hermanos por el fondo diciendo eso de "a comer, coño". Tiendo de nuevo el hilo hacia Bruselas que me llena de sonrisas y me hace soñar despierto contigo y los felices años 20. Tiemblo ante el futuro que me regalas con tu vida.


Y ahora les dejo. Preparo mi piel y mi alma, y enciendo "youtube". Me espera la faena de Julio Aparicio del 94. Osaka, 0:02. Aparicio hace el paseillo en la planta 28 del Hilton.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Japón, día 2. Reuniones y neones

Llego nuevamente reventado después de un día agotador. Mañana se trabaja, pero a las 10, lo cual me permitirá dormir un poco más y terminar de coger los tiempos.


Día de reuniones, de búsqueda. Las reuniones son de lo más curioso que me he encontrado hasta ahora en Japón. De un lado los japoneses, del otro los foráneos y, en el medio, yendo en un sentido y en otro, un hombrecillo que traduce para ambos bandos. Es curioso, pero cuando alguien habla en inglés durante diez segundos, la traducción toma 30. Clavadito a "Lost in Translation".


Y allí estoy, en medio de tanto nerviosismo, tanta sabiduría y tantas dudas. Hoy probé la sopa instantánea de nooddles para comer y fue resultona. Para otro día pruebo la de curry.


Pero lo mejor sin duda viene después, cuando el tren de Higobashy se detiene y me encuentro con Osaka. Hoy pude pasear con tres de mis compañeros por calles repletas de neones, restaurantes y salas de karaoke. Después de la apoteósica cena japonesa de ayer, hoy se le ha metido en la ceja a Walter (un americano de padre serbio y madre alemana) ir a comer a un coreano. Espectacular, prodigioso. Asia me conquista con su gastronomía.


Y después de una fraternal cerveza (a precio noruego, será porque los dos son países balleneros) vuelta al hotel para descansar y recargar pilas a través del teléfono. Un hilo me une a Europa, a una ciudad cargada de historia y de chocolate, y me regala los actos del día, esos que a veces pasan desapercibidos pero que aquí valoro como un sol.


Precisamente ahora cierro el ordenador y me voy a la cama, no sin antes tender ese hilo que me una a tí por unos minutos. Es la forma que tengo para dormir contigo una vez más, sin que ni siquiera me roces.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Japón, día 1

Tras un viaje agotador, rodeado de nervios y de un ruido matracón que me impedía dormir (vulgarmente conocido como "zumba") llegué a Osaka acompañado de los dos managers del proyecto. Masayoshi siempre atento me indica el camino y le pregunto sin dudar todas las curiosidades que llaman mi atención. El taxi desde el aeropuerto me demostró una ciudad casi tan dormida como yo, pero las moles de cemento, metal y cristal me dijeron pronto que esa era una ciudad enorme. Y en efecto, a estas horas, desde la planta 28 del Hilton, veo algo que solo sale en las películas. Luces, vida, una ciudad que no duerme.




Llevar tantas horas sin dormir e ir de empalmada a trabajar me hace sentirme inutil al teclado y torpe en mi escritura. No desesperen, queridos lectores, esto va a dar mucho de si. Como la extraordinaria cena japonesa a la que nos ha invitado Watatani-san, director del proyecto. Un lujo para la vista y los sentidos. He entablado rápida amistad con mis compañeros japoneses, y todos han decidido ponerse un seudónimo ya que son incapaces de pronunciar correctamente "Jaime". Por lo tanto, el sector jóven del proyecto lo formamos Masa, Taka, Humi y un servidor que atiende a todo lo que se parezca a "jeimi" "hame" o "jimi".




Y después de una ducha, caeré en el sueño de los mortales, sin puntilla. Mañana más emociones en esta plaza en la que siempre soñe hacer el paseillo. Si me viera mi padre...con las palizas que le he pegado con Kurosawa, Ozu y Mizoguchi. Vaya trío en el cartel. Mis colegas, de momento, ya me han prometido llevarme a cumplir uno de mis objetivos, uno de mis sueños...asistir a una obra de Kabuki.


Corresponsal en osaka, servidor de ustedes. Buenas noches.