viernes, 9 de julio de 2010

Reencuentro atrasado

Llego con retraso a este reencuentro. Retraso involuntario, que conste, mas condicionado por numerosas facetas que tanto efecto han tenido en mi vida, y que me han traido hasta aquí. Vuelvo a escribir desde fuera de España, desde un país que ya es el mío, llamado Bélgica.

Pero antes de Bélgica, Pontevedra y sus lágrimas, esta vez emocionadas con vistas al mar. Por fin llegó aquel paseillo soñado del brazo de mi madre, lento y pausado, con clase. Y sentí un cambio de estado, pasando del sólido al etéreo. Y te vi. Llegaste con tu esencia intacta en tu blanco veste, y mientras te acercabas y te miraba absorto, pasó por mi mente toda nuestra historia, todos los momentos, los descubrimientos, las dudas. Y todo ello quedó guardado en otro libro en ese mismo momento, y me trajiste uno nuevo e inmaculado, del que ahora escribo sus primeras palabras. Todo empieza y acaba contigo, mi vida y mi futuro, mi soledad, mi amor.

Qué día por Dios, qué día. Observando todo desde una nebulosa de merluza y percebes, de pulpo y de jamón. De ausencias que no se olvidan con el vino, de sonrisas que no pasan inadvertidas por mucha gente que esté presente.

Me llevé todo aquello en una maleta custodiada por el candado de Daniel, camino del París que soñabamos hace cuatro años en Noruega. Encontramos aquel café de la esquina, donde me has estado esperando todo este tiempo. Y vimos París, nos la comimos en cada paso, y en cada metro de cola. En ese paquete de Gitanes anclado en el tiempo, en el champagne, en las prisas aparcadas.

Y de allí al paraíso de las Seychelles, sorpresas y tiempo muerto, descubrimientos y alfombras de terciopelo a nuestro paso. Y una moneda nueva en mi colección. Una foto sacada desde un arbol seco en la playa más hermosa del mundo. Un par de calcetines olvidados. Una promesa.

Miro todo aquello desde este despacho con luz nueva, con sombras nuevas. Lo miro y me viene el frío helador de saber que esta tarde también esteré solo, recordandolo todo en mi mes más odiado. Hablo con mi padre entre tragos de una cerveza que no me sabe igual, y busco bares repletos para no pensar en los berberechos que prepararía Juanito para ver la final del Mundial. Y me rio pensando lo que opinaría del “pulpo Paul” y de Fernando Torres, pero es una sonrisa engañosa. Detrás de ella se esconde la lluvia de Asturias, el miedo y el imposible de desear que, de alguna manera, hayas visto todo esto que cuento ahora, y que tan feliz me hace.
Seguiré esperando algunas cosas…camarero, otra Grimbergen, sivuplé.